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V EL LAVATORIO Dice al evangelista San Juan que Jesús amó a los suyos que vivían en el mundo, y que los amó hasta el fin. Este amor no puede expresarse con el tosco len– guaje humano, por ser el amor de un Dios a los hombres. Aquello, más que amor era un deliquio, una sublime pasión divina, era fiebre, era locura de caridad, de la caridad más grande que se ha cono– cido. Era el amor de un Dios a los hombres. Pero el amor es expansivo, busca manera de mani– festarse; da pruebas de que vive. Y Jesús bien grandes, muy elocuentes las había dado durante su vida, de que efectivamente amaba a los suyos, a sus discípulos, a sus apóstoles, a los que el Padre le había encomendado. Pues antes de partir de. este· mundo, y precisa– mente cuando se avecina la hora de la despedida, entonces les da las mayores pruebas de ese amor. Los sienta a la mesa, celebra con ellos la cena pas– cual, comen juntos el cordero. Jesús hace las veces de padre de familia; ellos son los hijos. Ifüitos míos, los llama en tono tierno y amoroso durante la con– versación que con ellos sostiene de sobremesa. ¿Qué más? Cuando más alegres estaban todos, menos Jesús; cuando la animación se ha apoderado de los ánimos, 26

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