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más pequeña dificultad, quedándose tan satisfecho con la ganancia. El caso era aumentar el capital robado. Lo demás ¿qué le importaba? Así pagaba él las bondades que había recibido de su Maestro. Así correspondió a su confianza al hacerle administrador de los pocos bienes del co– legio apostólico. ¡Qué! ¿No valía más Jesús? ¿En tan poco esti– maba su persona'? ... Es que no le conoció; a pesar de haber vivido con él durante tres años, no supo apreciar la grandeza de su Maestro. Treinta monedas era el precio que se pagaba por un esclavo. Judas se contenta con esa mísera paga por la 'persona de Jesús, que era el Señor. de cielos y tierra; el Verbo eterno de Dios; la segunda Persona de la Beatísima Trinidad; el Dueño de cuanto existe; el tesoro más preciado que los mun– dos han conocido. i Qué opinión tan distinta hubiera formado Pedro! Si se hubiera consultado a Juan, otro fuera también su pensamiento. Si lo supiera la Magdalena, ... hasta su sangre diera generosamente. El contrato estaba hecho. Y i qué contrato! El más infame que se ha conocido entre dos partes, en el cual al punto se advierte la infamante vileza del vendedor, y la zorrería mal disimulada de unos compradores vengativos. Los unos usureros en ofre– cer, el otro más usurero aítn en aceptar. En verdad, que el contrato celebrado entre Judas y los príncipes de Israel no pudo ser ni más injusto, ni más inicuo, ni más infame. Buena prueba está dando el apóstol traidor de la ruindad de su corazón, dominado por la avaricia; pues se contenta con treinta monedas.... De seguro que, apenas hubo terminado el con- 23
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