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que la razón estaba toda de parte de Jesús; que aquellos hombres eran unos impostores, embusteros, dominados por la envidia y por las más viles pasiones. Pues, a pesar de tan tremendas derrotas sufridas a la faz del pueblo entero no daban su brazo a torcer. Reunidos en consejo, deliberaron largamente sobre Jesús. -¿Qué hacemos? Porque este hombre hace mu– chos prodigios. Si lo dejamos así, todos creerán en él, y vendrán los romanos y destruirán el país y la nación.-Era la razón aparente, aducida en tales circunstancias; otras .más íntimas, y sobre todo más personales, más irtteresadas y egoíst'as, se atra– vesaban de por medio en. el asunto. Y luego d.e haber emitido cada cuál su opinión, habla el Presidente, el Sumo Sacerdote, que lo era aquel año Caifás, arrogante y violento, como si fuera un oráculo bajado del cielo, como escupiendo sentencias: - Vosotros no sabéis nada, ni os dais cuenta de que os conviene que muera un solo hombre por el pueblo, y no que perezca toda la nación.- La sentencia estaba pronunciada. Advierte San Juan: «Esto no lo dijo Caifás de suyq, sino que, como era el Sumo Pontífice ~n aquel año, profetizó que Jesús había de morir por la nación, y no solamente por la nación, sino tam– bién para congregar en un cuerpo a los hiios de Dios que estaban dispersos» (S. Juan XI, 51). Pasaron días y más días y la cuestión acerca de la persona de Jesús no acababa de resolverse. Todos trataban de echarle mano, prenderlo y darle muerte, como estaba determinado. Mas nin- 21

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