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La maldición de Cristo que se perpetuará siempre, siempre.... A sus oídos llega constantemente el clamor del profeta Jeremías, que, con voz triste y lamentable acento, no cesa de repetir: «i Jerusalén! j Jerusalén! Conviértete de veras a tu Dios.» ¿Se convertirá de veras la ciudad ingrata? ¿Vol– verá al buen camino el pueblo deicida? . Misterios de la gracia. Abismos de la divina sabi– duría. 19

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