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hombres! i Cuántas .veces su corazón latió de amor y palpitó de ternura por su ciudad amada!. .. De sus labios también salieron palabras tiernas, consejos y amonestaciones para reducirla al buen camino; porque, ciertamente, marchaba extraviada, iba perdida en las sendas por donde la condujeron hombres sin fe, sin conciencia y sin honor, que se aprovechaban de todo y de todos para conseguir sus medros personales. Pero j ay! aquella ciudad endurecía cada vez más sus sentimientos, cerraba sus ojos para no ver la luz, tapaba sus oídos para no escuchar, dejaba que en su seno creciesen víboras y serpientes vene– nosas, fieras con instintos muy sanguinaros. «¡Jerusalén! i Jerusalén! i qué de veces me he lle– gado a ti, lleno de ternura, tratando de recoger a tus hijos, y no has querido! . . . · Y como última aldabonada a la · ciudad, como último llamamiento a Jerusalén, entró el domingo de Ramos derramando bendiciones, lleno de gloria y majestad, como un conquistador, mejor dicho, como un triunfador. Pero aun así, entrando como entraba la gracia por sus puertas, en ocasión tan oportuna, siendo aquél el día del Señor y de la gran visitación para el pueblo y la ciudad, el momento oportuno y la hora señalada, no supo, no quiso aprovecharse; una vez más despreció el Ilamaµiiento de lo alto, y entonces fué cuando oyó la sentencia de su condenación: «Jerusalén, Jerusalén, si hvbieras querido ... ; todo dependió de ti. Si hubieras conocido el tiempo de mi visita y de ella te hubieras aprovechado.... Pero, desgraciada de ti: día vendrá en que tus muros serán ródeados; en tu templo no quedará piedra sobre piedra; serás arrojada por tierra, pisoteada 15

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