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III JERUSALÉN Ningún pueblo tan amado de Dios en la anti– güedad, como el pueblo judío; ningún pueblo sobre el que derramara con tanta largueza sus bendicio– nes, como Israel. Ninguna ciudad a la que mimase con tanta predilección, como la ciudad de Jerusalén, la capital del reino, el centro de los amores de todó un pueblo, la gloria y la grandeza de Israel; porque en ella Dios obró maravillas sin cuento, prodigios sin número; y en su santo templo en distintas oca– siones descendió visiblemente la gloria del Omnipo– tente y se manifestó en. medio de su esplendor el poderoso Jehová. La ciudad mimada de Dios y la ciudad mimada de los hombres fué siempre Jerusalén. Iioy día toda su grandeza y todo su esplendor han desaparecido. Porque, a pesar de tantas gracias y favores como el cielo le dispensara, no obstante los beneficios con que siempre fué favorecida, ninguna ciudad que se mostrase tan desagradecida, tan ingrata.... Ella, ella fué, Jerusalén fué la que, llena de insen– satez, pidió a grandes voces la crucifixión de su Cristo, la muerte de .su .Mesías.... Ella fué, Jeru– salén fué la que, dominada de locura insana y de pasiones las más bastardas, ebria de rabia, rebo– sante de furor, clamó un día nefasto: Tolle, tolle, crucifige eum - Quítalo, quítalo de ahí; crucifícalo. Que muera en un palo, fuera de la ciudad; lejos de 13
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