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Menudo susto le llevaron los prmc1pes de los sacerdotes y los grandes de Israel al enterarse por boca de los mismos soldados, que efectivamente era un hecho la resurrección de Jesús Nazareno. Llenos de despecho, rebosándoles la rabia en el corazón, .trataron de echar tierra al asunto, y a fuerza de dinero lograron arrancar la mentira de labios de los soldados. ¿Qué les importaba una mentira más o menos a unos hombres sin conciencia y sin honor? El caso era ocultar el hecho de la resurrección de Jesús. Pero el hecho comenzó a circular y a di– vulgarse por toda la ciudad. Todos los comentarios giraban alrededor del milagro. En los corrillos, en las tertulias, en las reuniones no se hablaba de otra cosa sino de la resurrección de Jesús, tres días antes crucificado y muerto. Y ahora vive, y hase aparecido triunfante y glo– rioso a unas piadosas mujeres, y a varios apóstoles, y a dos discípulos que marchaban a Emaús, y a todos reunidos en el cenáculo. Nada; que no es posible ocultar un hecho que es del dominio público. El Triunfador es Jesús de Nazaret. Iiacia Él se dirigen las miradas de todos los hombres. Señor, Señor, ¡ venciste! tu triunfo el orbe llena, tu nombre sacrosanto con júbilo resuena como un suspiro eterno en la mansión serena, do alábante los ángeles con incansable amor. 215.
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