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Corrieron las horas del sábado; la noche se preci– pitó también con sus negras sombras. Junto al sepulcro todo está como estaba el pri– mer día. Los soldados no se han descuidado ni por un solo momento. Allí están. Es el tercer día. Domingo. Muy de mañana. ' Las primeras luces del alba comienzan a exten– derse por la tierra, dormida dulcemente en medio del más profundo silencio. Todo calla; todo des– cansa; todo está en reposo junto al sepulcro. Sólo los guardias velan. Es el día señalado por el mismo reo para resuci– tar y salir del sepulcro por su propia· virtud y po– der. «Al tercer día resucitaré.» ¿Resucitará? ¿Se cumplirá su palabra? ¿No habrá engaño? Esperemos al tiempo. Los discípulos y seguidores del Nazareno bien despreocupados andaban. Ni por la mente les pasó el vaticinio referente a la resurrección. Acobarda– dos y tímidos permanecían aún ocultos, medrosos y completamente desorientados. ' Algo extraño sucede en el interior del sepulcro donde descansa el cadáver de Jesús Nazareno. El alma santísima de Cristo entra de nuevo en aquella morada silenciosa. Mira aquellos tristes despojos de la muerte. Penetra de nuevo en el cuerpo, que aun permanecía desfigurado. Le da rtueva vida, vida exuberante, divina, gloriosa. Rompe las ataduras de las vendas y lienzos. Y como el sol que penetra por el cristal sin romperlo ni mancharlo, y como salió del seno de María sin detrimento de su virginidad; así. salió también del sepulcro la 14 •• Madridanos, Cristo paciente. 213
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