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Si hubieran sabido antes de lo que se trataba, a buen seguro que no se hubieran quedado atrás en sus manejos. Pern, ya que no pudieron impedir la manifestación, por lo menos amargarían la vida del Triunfador en aquellos momentos. Y se la amargaron; sí, se la amargaron. Jesús vió obscurecerse el cielo de su felicidad; de su corazón se apoderó la tristeza; y esa tristeza au– mentó mucho ... mucho, al divisar la ciudad de Je– rusalén, la señora de los pueblos, reina muellemente recostada sobre el monte Sión, y en aquellos últi– mos años guarida de muchas fieras cubiertas con piel de oveja. ¿No habían salido también a su encuentro algunas de esas fieras disfrazadas? ¿No se le habían enca– rado allí mismo, entre los vítores y las aclama– ciones de la muchedumbre? ¿Qué hacían aquellos hipócritas entre tanto entusiasmo popular? Estaban en acecho como el tigre, aguardándo la hora de saltar sobre la presa. Y saltaron, en mala hora para su vergüenza. Porque, si los discípulos y las muchedumbres hubiesen callado, hasta las piedras del camino hablarían; se habrían levantado llenas de entusiasmo para celebrar el triunfo de Jesús. El zarpazo de aquellos hipócritas no fué inútil; porque a la mente del Señor acudieron los recuer– dos de su vida de apostolado con todas sus obras, sus trabajos, el empeño puesto para convencer a Israel de que él, él era el verdadero Mesías pro– metido. Vió Jesús la ciudad de Jerusalén y lloró ... ; lloró amargamente, con grandes gemidos. ¿Qué vió el buen Jesús en la ciudad? ¿Por qué 8

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