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XXXVIII ¡RESUCITÓ! iVaya lujo de precauciones que han tomado los enemigos de Jesús junto al sepulcro! Ni que se tra– tara de un escuadrón de soldados vivos en él ence– rrados. Aun así ya les costaría trabajo salir de su encierro. De nada de eso se trata. Es el caso que el cadá– ver del ajusticiado está dentro, y no hay que fiarse. Pueden llegar sus discípulos, robarlo, y esparcir la noticia entre el pueblo, de que ha resucitado. Buenos estaban los discípulos para realizar tales proezas. Tienen un pánico que no les cabe en el cuerpo. Ello es lo cierto que durante las horas de la Pasión nadie les ha visto el pelo. Si parece que se los ha tragado la tierra. · Por si acaso, bueno será que el sepulcro quede custodiado. Para ello los grandes de la nación piden guardias al Gobernador romano, y con ellos se en– caminan al huerto. Penetran unos y otros en el sepulcro; miran bien; lo observan todo detenidamente. En efecto, allí está el cadáver del ajusticiado, durmiendo el sueño de la muerte. Y después de haberse asegurado que es él y no otro, arriman de nuevo la piedra a la boea del se– pulcro; crúzanla de un lado a otro con cordones que sujetan con argamasa a la pared exterior. Des– pués estampan el sello del Sanedrín. El sepulcro está bien sellado, bien cerrado y con guardias. 14• 211

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