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Las piedras del camino están aún teñidas en sangre, es la sangre de su Hijo. Aquí cayó por vez primera; allí segunda vez lo vió en tierra; más allá fué el sitio donde el Cirineo cargó con la cruz, por– que Jesús ya no podía resistir su enorme peso. En aquella pequeña esplanada habló a las piado– sas mujeres de Jerusalén. Todavía resuenan en sus oídos las palabras dulces: «Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí; llorad por vosotras, por vuestros hijos, por los pecados del hombre.... » Y andando llega a la casa de la Verónica; está entreabierta. Dentro también se oyen sollozos; sus– piros muy hondos; caer silencioso de lágrimas amargas. Lloran por la muerte de Jesús. María sigue adelante, y se interna en el cenáculo. Allí da rienda suelta a su dolor. Y llora, llora su soledad. Está sola; está triste, muy triste y muy sola; porque ha muerto su ffüo, su Hijo Jesús; por– que ha muerto su Dios, el consolador único de su alma. ¿Adónde irá ahora en busca de alegría? ¿adónde en busca de consueio? ¿adónde en busca de la luz de sus ojos? Su Iiiio ha muerto y está encerrado en el sepulcro. ¡Soledad de María! ¡Qué grande, qué inmensa, qué profunda, qué amarga eres! Más que las sole– dades del océano; más que la inmensidad de los mares. Es la soledad de una madre, que perdiendo a su hijo único, con él lo pierde todo. Es la soledad de María, nunca igualada por otra alguna.... 208 Ya no hay en mi casa, ya no hay alegría, el silencio solo y el dolor la habitan.

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