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Y otra piedra más pesada aún cayó sobre su des– garrado corazón. iDespués! Después vienen las horas de soledad, de amarga soledad, de inmensa soledad. Qué bien cantó el poeta ante la tumba del lfüo y a la vista de la Madre: iSola está mi Madre, la Virgen María! ... Sola está llorando a lágrima viva..·.. Al Iiiio que amaba con fiebre divina, le dió muerte horrenda la humana perfidia. Está sola ... sola, sin más compañía que las hondas penas que la martirizan. Deja a Jesús en el sepulcro cuando las últimas luces del crepúsculo vespertino se hunden en el ocaso. Pasa de nuevo por el Calvario y se encamina .hacia la ciudad de Jerusalén. Llégase, llena de valor, junto a la cruz, que per– manece enhiesta en lo alto del monte con los bra– zos extendidos, como desafiando las iras del mundo; la mira y la encuentra teñida con negros manchones de sangre. Es la sangre de su ffiio. Adora la cruz, la besa reverente, y llora de nuevo, recordando las escenas que hace poco en ella tuvieron lugar. Allí estuvo cosido con gruesos clavos el cuerpo del lfüo; en ella estuvo colgado durante tres horas largas, interminables, eternas; en ella lo vió agoni- 206
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