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XXXVII ¡SOLEDAD! j Dulce Estrella matutina! ¡Virgen de la soledad! Yo también puse una espina sobre la frente divina del Sol de la humanidad. i Qué noche tan lúgubre la del Viernes Santo! ¡qué puesta del sol tan triste! Teñido en sangre fué a ocultarse medroso entre los riscos, dejando el mundo envuelto en tinieblas. Antes se habían apagado los rayos del Divino Sol de Justicia en las cumbres del Gólgota. La noche ... una noche más negra y triste que las otras recubría con sus negros crespones la faz del mundo; de un mundo que era criminal, pues acababa de dar muerte a su Creador. ¡Qué lóbrega fué la noche aquella para María! En las soledades del sepulcro ha quedado su ttijo; en la fría tumba de la roca está yacente el cadáver de Jesús, solo, exánime, envuelto en los lienzos, durmiendo el sueño de los justos. Antes de depositarlo en aquella morada de silen:.: cio, la Madre lo ha besado una, dos, tres, muchas veces. Se ha convencido de que la muerte traidora ha clavado en el lfüo suyo amado sus garras in– saciables. Después una piedra muy pesada, muy pesada, cerró la entrada. 205

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