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duerme el sueño de los justos, y que no le pertenece a ella. Dentro, la muerte que ha descargado el golpe fatal, segando la vida de Jesús, y cortando el hilo de su exi~tencia, cuando Él quiso. Tímida subió al árbol de la cruz, y besó en la frente a la Víctima sagrada. Después la adoró reverente. También ahora está en actitud de adoración en el sepulcro. Aparece vencedora, y está vencida. Fuera, los guardias, colocados por los príncipes de los sacerdotes, velando los restos de aquel hom– bre extraordinario, que tanto preocupa a sus ene– migos aun después de muerto. ¿Por qué esas preocupaciones? ¿por qué esos temores? ¿A qué ese lujo de guardias? ¿Si creerán que ha de escaparse del sepulcro? Sí, saldrá cuando ellos menos lo piensen, a la hora señalada; el día determinado. Porque así como Jonás estuvo en el vientre de la ballena tres días y tres noches, así el Ifüo del hombre estará tres días y tres noches en el seno de la tierra (S.Mateo XII, 40). «Al tercer día resucitaré», había dicho terminante– mente. Por ahora tranquilo está en el sepulcro. Que nadie perturbe su reposo; que nadie llegue a interrumpir su sueño; que nadie estorbe su calma. «Yo dormiré en paz y descansaré» (Salmo IV, 9). «Yo contemplaba siempre al Señor delante de mí, como quien. está a mi diestra para sostenerme. Por eso se regocijó mi corazón, y prorrumpió en cantos alegres mi lengua; y además también mi carne descansará con la esperanza. Porque yo sé que no has de abandonar Tú, oh Señor, mi alma en el sepulcro; ni permitirás que 202

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