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II LÁGRIMAS DEL TRIUNFADOR Aquélla sí que fué una verdadera manifestación popular de entusiasmo; aquello fué un derroche de alegría. Las aclamaciones eran cada vez más es– truendosas. Jesús de Nazaret era el verdadero Triunfador. Durante los tres años anteriores varias veces había evitado manifestaciones de esta índole. Ahora deja que el pueblo obre a su gusto. Gritos, cantos, vivas, himnos triunfales, palmas que se agitan, el camino tapizado; el colmo por parte del pueblo hebreo en favor del Vencedor. Ni Roma vió jamás cosa igual, al recibir a sus valien– tes generales después de las batallas, al ver a sus emperadores pasearse en luiosísimas carrozas. Ni Atenas al aclamar a sus oradores; ni pueblo alguno ha dado pruebas de tanto amor a sus hombres. Y eso que el Triunfador marchaba bien humilde en un jumentillo; qué si se le ocurre montar el brioso caballo alazán.... Y eso que los fariseos trataron de poner corta– pisas al entusiasmo; hasta en la hora del triunfo quisieron anublar las alegrías de Jesús. i Pobre Jesús! ... Ni en paz lo dejan aquellos far– santes; con sus escrúpulos hubieran aguado la fiesta. i Semejantes hipócritas! ... Se necesita ser inso– lentes y más que audaces. La envidia los carcomía; sus corazones bien podridos estaban. No, no podían consentir aquellas manifestaciones en favor del Na– zareno. 7

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