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Ahora justo es que el valiente General tome sus horas de descanso; pues, a la verdad, que la lucha ha sido sangrienta, a brazo partido. Duelo fué aquél de vida o muerte. Que descanse, sí, que descanse entre lé\S sombras del sepulcro el Divino· Nazareno; que duerma en paz hasta que llegue su hora. Allí lo colocan cuidadosamente los santos varones, José de Arimatea y Nicodemos. En el sepulcro está, muerto, sih vida, sin movi– miento. La flor de su hermosa juventud marchita; acabadas sus energías. ' Todos sus miembros envueltos en los lienzos y recubiertos con una sábana. El sudario cubre su rostro. La luz radiante de aquellos ojos está apagada; de sus labios ya no fluyen palabras de vida eterna; los pies sin movimiento; rígidas las manos, que obraron tantos milagros en favor de los menes– terosos. El corazón ... aquel corazón que tanto amó a los hombres, ya no palpita. ¿Cómo había de palpitar, si fué rasgado por una lanza? Cualquiera que lo viera diría que era el cadáver de un hombre ordinario. No obstante, detrás de aquellas sencillas apariencias está oculta la divi– nidad. i Qué soledad tan grande! las sombras del sepulcro tor! ... Negras sombras lo bras lo envuelven mirando sobresalta i Qué frío se nota entre el Reden- que 201

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