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lejana serranía; y entonces, al despedirse del mundo, como último tributo, fueron a besar el rostro cada– vérico del lfüo, que se iluminó más tristemente, y la frente serena de la Madre. Era el adiós de despedida que daban a la Víc– tima, a quien no quisieron ver morir. Era ún re– cuerdo triste que deiaban a la Madre, al ver la soledad en que quedaba. Era un suspiro que lanzaba el cielo. ¿Después? Después las negras sombras de la noche que envolvieron a la tierra pecadora, deicida. Des– pués el silencio, la obscuridad. La frialdad del sepulcro para el cadáver de la Víctima. La soledad, la ::¡.marga soledad para la Madre. ¿Soledad? ... No, no.... ¡ Angustiada Madre, Virgen dolorida, que en soledad viertes lágrimas purísimas! a Ti yo me acerco con el alma herida, ansioso buscando dulce compañía. Ya no está tan sola mi Madre querida; ni sola tampoco está el alma mía. Las dos se han juntado a llorar sus cuitas. Admítenos en tu compañía, Madre de l.as pieda– des, para acompañarte en tus dolores y aprender a sufrir contigo las amarguras de la vida. 199
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