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del costado, de la espalda, recogiendo con canno aquella sangre preciosa, sangre de Dios, su misma sangre; . Luego acerca aquel rostro yerto y 'frío al suyo. Lo abraza, lo besa. Quisiera darle calor, nueva vida; quisiera morir con Él; pero no es posible. Lloraba María al contemplar aquella catástrofe sangrienta. Lloraban con ella las santas mujeres; lloraba la Magdalena, abrazada a los pies del Ama:. do; lloraba el apóstol Juan, y las lágrimas de todos eran el suave bálsamo con que ungían el cadáver de Jesús, y el agua con que lavaban sus heridas. Todo es triste en el Calvario para María. Su dolor es inmenso. ¡Madre de mis amores, Madre querida, manantial de ternura, luz de mi vida! Sí, dolores de muerte sin compasión traspasan, inhumanos, tu corazón; como mar sin orillas es tu quebranto, como fuente perenne tu acerbo llanto.... ¿Cómo no ha de llorar María, si la luz de sus ojos hase apagado con la muerte del lfüo? ¿Cómo no ha de llorar, si se ha cegado para ella la fuente del consuelo? Deiémosla que llore; que dé rienda suelta a su dolor; que, pegado su rostro al del ttijo, lo bañe con sus lágrimas. ¿Por qué privarla de ese último consuelo? ¡Pobre Madre!. .. Dentro de breves mo– mentos va a quedarse sola, llorando su tremenda, su amarga soledad.... :El sol trasponía, envuelto entre negros nubarrones, los montes; los últimos rayos melancólicos, mori– bundos, se iban a perder entre los picachos de la 198
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