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templa detenidamente, anegada en un mar de amar– gura, de dolor, de llanto. Lo mira,, lo examina. ¡Ay! si apenas lo conoce. Tan desfigurado está.... Y es su lfüo; su mismo lfüo; es Jesús. El lfüo aquel, formado por obra del Espíritu Santo en su seno virginal, al que dió a luz en Belén en medio de indecible júbilo, entre los cantos melo– diosos de los. ángeles; adorado más tarde por sen– cillos pastores y por los reyes de Oriente. ¡Pobre y desolada Madre! ¿Es ése su Hijo? ¿el más hermoso de los hijos de los hombres? i Oh,' qué desfigurado está! La luz de sus radiantes ojos está del todo apa– gada; apagada la sonrisa de sus labios, que cautiva– ban la atención de las muchedumbres; marchitas sus mejillas; amoratado el rostro por los golpes y heridas; agujereados los pies; taladradas las manos. El costado abierto con honda y profunda herida, hasta vérsele el corazón rasgado, roto, alanceado. Todo El hecho una pura llaga. Si no tiene parte alguna sana.... Si parece un leproso.... Si no tiene figura de hombre. Doquiera mira destrozos ... las pupilas eclipsadas .. . la cabeza con espinas .. . las mejillas desangradas .. . aquel corazón sin ritmo .. . aquel labio sin hablar ... Tal y como lo pintó el profeta muchos siglos antes, así lo ve ahora María, sin encontrar en f:l parte alguna sana. Todo lo contempla la Madre, y con sus manos va limpiando la sangre coagulada del rostro, del pecho, 197

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