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XXXV EN BRAZOS DE MARÍA «Verdaderamente que este hombre era el tfüo de Dios.» Así hablaba el centurión que había hecho la guar– dia el Viernes Santo junto a la cruz, al ver morir a Jesús. · Y los soldados, testigos del hecho, dándole la razón, repetían lo mismo: · -No cabe la menor duda: éste era el fiiio de Dios.- Y, abandonando el Calvario, bajaron meditabun– dos, silenciosos, pensativos, sintiendo en su interior un cambio radical acerca de la persona de Jesu– cristo. Ante aquellas pruebas tan elocuentes, ya no podía haber la menor duda. Lo vieron muy de cerca. La verdad les entró por los ojos, y ellos no los cerraron; la comprendieron, la abrazaron, re– conociendo a Jesús por el verdaderofliio de Dios, el Mesías prometido. Muy distintas eran las disposiciones de la mayor parte de los judíos, principalmente de los influyen– tes. Cerrado habían sus ojos para no ver la luz; tapado sus oídos para no oir la verdad y no con– vertirse. Cuando supieron que Jesús ya había muerto, tra– taron de lanzar su cuerpo a la fosa común, para que allí se perdiera su memoria en el olvido, y sus huesos se confundieran con los de los. otros ajus– ticiados. 18' 195

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