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Cuando llegaron a Jesús, lo encontraron ya muerto. No era necesario romperle las piernas. Así se cumplirían las palabras: «No quebrantaréis hueso alguno suyo» (Éxodo XII, 46). Y aquellas otras del profeta Zacarías: « Verán a aquel a quien tras– pasaron» (XII, 10). Pero se acerca uno de los soldados, queriendo dar el golpe de gracia, cerciorándose de veras, si efectivamente estaba muerto Jesús o no lo estaba. Y arremete contra él con furia insana, y atraviesa su pecho con una lanza, hasta rasgarle el corazón. Al golpe de la lanza tembló el madero de la cruz. Del corazón herido de Jesús muerto salió un suspiro de amor, envuelto en sangre y agua, que los ángeles quisieron recoger en cáliz de oro. Cuando llegaron, ya era tarde. La sangre fué a dar en el rostro del soldado, que le había herido. Longinos, al sentir el contacto de aquella sangre, quedó confundido, anonadado, transformado. Lloró amargamente y se convirtió más tarde en discípulo del Divino Nazareno. El agua, al saltar de la roca viva, que era Cristo, lo había lavado, quedando su alma blanca como la, nieve de las montañas.... Y dice San Juan, que al punto salió del costado de Jesús sangre y agua; cumpliéndose con ello las palabras del profeta Isaías, quien varios siglos antes lo había dicho: «Sacaréis aguas cbn gozo de las fuentes del Salvador» (XII, 3). 192 La herida de tu pecho, que lanza abrió de un bote, semeja, Jesús mío, de un lirio el fresco brote de fúlgido carmín.
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