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iQué dolor el suyo cuando vió que la losa estaba derribada en tierra, y que el cadáver había des– aparecido! Suspira amargamente, llora sin consuelo. Sí, se lo han robado. · No se puede separar de allí, esperando recobrarlo. Después oye una voz dulce, que le dice: iMaría! ¡María! Era la voz de Jesús, su Maestro, que había resu– citado. 189

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