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«Se le perdonó mucho, porque ha amado mucho más.» Ahora también está amando mucho; por esto está allí abrazada a la cruz, regando de nuevo los pies con sus lágrimas, enjugando la sangre con sus cabellos, besándolos con sus labios. ¡ Qué besos tan ardientes los de la Magdalena a los pies del Redentor! Iia subido en alas del amor en busca del Amado y lo ha encontrado completamente desfigurado. Pero no duda ni por un solo momento que sea El. ... El es, en efecto; bien lo ha conocido. Ahora sí que no se separará de su lado. ¿Cómo dejarlo en los momentos del abandono más grande, y en las horas de angustia más tortu– radora? ¿Cómo dejarlo solo, cuando todos, hasta sus mismos amigos, han huído de su lado? No; no hará tal cosa la Magdalena, y como la hiedra se adhiere al árbol y allí permanece viviendo la misma vida, corriendo la misma suerte, así María se abraza al árbol bendito de la cruz, se abraza a los pies del Amado, para no separarse de ellos jamás. El amor, el verdadero amor, se prueba en la tri– bulación y en las horas del sufrimiento. Y i qué bien se prueba el amor de la Magdalena a Cristo en las horas de la pasión! i Qué grande, que ardiente es el amor suyo, pues no hay fuerza humana que de su lado sea capaz de arrancarla! ... Y si un día fué pública pecadora, también cayó rendida por el rayo de la divina gracia, que la es"' peraba en el camino de sus desórdenes; supo apro– vechar el momento de luz, para ver el fondo de sus miserias morales y el derrotero que debía seguir en adelante. Que si fué pública pecadora, también repara sus escándalos pasados con una pública penitencia. 187
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