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Lás tinieblas del medio día despejan el campo. Unos huyen despavoridos, otros, asustados. Unos, temblorosos por el acontecimiento repentino, cam– biándose el día en noche obscura, que los descon– cierta; otros, acosados por los remordimientos de la conciencia, que les diceser culpables, tener las manos teñidas en sangre inocente. Unos y otros han abandonado el monte y se han recogido en la ciudad de Jerusalén. Pocos son ya los que esperan en la altura el fin del drama. Los soldados, que por orden superior hacen la guardia, y algunos pocos más. La cruz está sola. Los amigos, animados de una dulce confianza, se acercan a ella; tristes, llorosos, abatidos; pero animados de una fe grande y ardiente. No dudan que Jesús sea el Mesías,· el Ifüo de Dios, el Salvador del mundo. Allí está María, su madre, y la cuñada ·de ésta, María, la mujer de Cleofás, y la Magdalena.... También está allí la Magdalena, la que fué gran pecadora, pública pecadora, y después una' santa. La que primero ofendió mucho, pecó mucho, y des– pués amó mucho, mucho.... Y, como prueba de su gran amor, en la hora de los grandes abandonos en que se encuentra el Maestro; de \as grandes cobar– días de unos y de las enormes deserciones de otros; en la hora en que todos huyen: ella, resuelta, llena de valor, no temió acercarse a su gran bienhechor, para sufrir a su lado, para llorar, y si era necesario, morir pür El, y con El. ¡Qué heroísmo el de esta mujer! ¡cuánto valor en .su pecho femenino, y sobre todo, cuánto amor!... Cierto que un día, muchos, años antes, fué el es– cándalo de la ciudad; con sus pecados se acarreó el desprecio de las almas nobles, y el abandono y la 185
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