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hubieran registrado los libros de los profetas, se hubieran encontrado con este pasaje de Zacarías: «iOh hija de Sion! regocíjate en gran manera y salta de júbilo, oh hija de Jerusalén: he aquí que vendrá a ti tu Rey, el Justo, el Salvador; él vendrá pobre y montado en un asna y su pollino (Zaca– rías IX, 9). Más claro ..., ni que hubiera estado presenciando el Profeta esta entrada de Jesús en Jerusalén el domingo de Ramos, primer día de la gran semana. Como río impetuoso que avasalla cuanto a su paso encuentra, así seguía la manifestación hacia la ciudad: -Ya llega, ya llega el Triunfador. ¡Marchemos a su encuentro!- gritan nuevas oleadas de gente. - Vamos a su encuentro.-- Qué sorpresa para los enemigos de Jesucristo al . verlo llegar. ¿Se juntarían ellos a la manifestación, aunque no fuese más que aparentemente, para disi– mular? A la vera del camino están en grupos, observán– dolo todo con ojos de basilisco, comiéndose de en– vidia y de rabia. -No se puede con él; hay que matarlo; hay que desentenderse de su persona; cuanto antes, mejor. Se nos va todo el pueblo en su seguimiento. Nos quedamos sólos. Vendrán los romanos, se apodera– rán de la nación. ¿Y nuestra libertad? ¿y nuestra independencia? ¿y nuestras tradiciones? ¿y nuestra hegemonía? Pobre Israel si este hombre llega a triunfar.- y tuvieron atrevimiento para acercarse a su lado, recelosos, algunos de los más osados, y llamándole la atención le dijeron: 5

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