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Si, como dice el profeta David, la muerte de los santos es preciosa en el acatamiento divino (Sálmo CXV, 15), la muerte de Jesús fué preciosísima, fué santísima; fué la muerte del liombre-Dios, el Santo de los santos. La muerte de Jesús nos dió a los hombres la vida; y i qué vida! Vida abundante, sobrenatural y divina. Ella fué el principio de la verdadera gran– deza de la humanidad esclavizada y muerta. Con ella rompiéronse las cadenas y comenzamos a gozar de la libertad santa de los hijos de Dios. ¡ Bendita muerte que tales y tantas riquezas nos mereció! En un árbol encontró el primer hombre la muerte para SÍ y para todos sus descendientes; en. otro árbol el liombre grande por excelencia, el verdadero Iiombre encontró la vida y la resurrección per– didas. Que la muerte de Jesús sea para nosotros tam– bién el principio de la verdadera y abundante vida del alma; que sea de indecible consuelo para cuan– tos, peregrinos en este valle del dolor, tenemos que pagar justo tributó a la muerte. Y que, cuando ésta a nuestro lado se acerque, anunciándonos la hora de partir de este mundo, también como Jesús podamos tranquilamente entre– gar nuestro espíritu en manos del Eterno Padre. 183
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