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expirar. Este fué su clamor postrero. Clamor vi– brante, enérgico, que pudieron oírlo cuantos per– manecían en el Calvario; que lo oyeron los cielos y se estremecieron de gozb; lo oyó la tierra y se sintió asombrada; lo oyó el infierno y tembló de espanto. Aquella voz era, no de derrota, era la voz del triunfador. El infierno lo comprendió, .Y tembló.... Las tinieblas seguían envolviendo la tierra con su manto fúnebre. Un rayo de luz brillante,· rasgando las nubes, vino a posarse desde el cielo sobre el rostro de Jesús, q;ue al expirar quedó divinamente iluminado, radiante. Porque, apenas hubo pronun– ciado las últimas palabras, inclina soberanamente la cabeza, Y ciérranse de Cristo los ojos blandamente, y séllanse sus labios, y dóblase, cual lirio tronchado, su alba frente,· y queda sin respiro, sin huelgo, sin razón. Aquellos brazos santos y manos poderosas inmobles se quedaron, como marchitas rosas, inmobles sus rodillas y plantas amorosas, inmoble su semblante, sin vida el corazón.... Como la espiga· ya madura se inclina hacia la tierra, como el árbol cargado de frutos, oprimido por el peso, doblega sus ramas hacia el. suelo; así 181

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