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más grande; el fracaso más rotundo de este tirano que hace más de seis mil años viene reinando en el mundo. O mors, ero mors tua!- «i Oh muerte, yo seré la muerte tuya! Terminaré con tu imperio, dominaré sobre ti y te derrotaré» (Oseas XIII, 15). Cabe la cruz el silencio es más imponente por momentos. Los soldados bromean de buen humor sobre las palabras Eli, Elí, la esponja, el vinagre. El Consummatum est de Jesús se oye lejano; los ecos de esta palabra se extienden pausados y lentos por el monte, y parecen llegar a la ciudad de Jeru– salén, donde son ahogados por la gritería de la muchedumbre y por el sonido de las trompetas que llaman al pueblo y lo reúnen en el templo para el sacrificio vespertino. Todo, en efecto, esta terminado. ¿Qué le resta por hacer a Jesús? ¡Morir! Antes pronuncia la última s.ublime palabra; la última, la postrera estrofa de su himno triunfal; del himno triunfal de su vida en frente a la muerte. La Víctima sagrada se afirma en la cruz; se le– vanta sobre sus heridas, y da una gran voz. Grito extraño que brota de los labios y del pecho de un moribundo, de un moribundo exangüe y falto de energías vitales; pero que tiene todo el poder, toda la energía de un Dios. Es el grito de Jesús colocando su espíritu en manos del Eterno Padre; que se lo recomienda con todo fervor, al partir de este mundo. «Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu.» Estas fueron las últimas palabras que Jesús pro– nunció durante su vida mortal, momentos antes de 180

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