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XXXII MUERTE DE JESÚS También a Jesús le llegó su hora; ¡la hora de morir! Pero así como Jesús ni fué concebido ni nació como los demás hombres, tampoco murió como ellos. Los hombres reciben la: muerte como un cas– tigo del primer pecado y de tantos otros como a diario se cometen; y castigo lo es para todos. Jesús no era puro hombre, no podía morir como un hombre cualquiera. Jesús era hombre, y como hombre murió; Jesús era Dios; la muerte de Jesús fué la muerte de un Iiombre-Dios. Muerte no espan– tosa, no aterradora. Muerte sublime fué la suya en lo más alto del Calvario. Sócrates murió como un filósofo, rodeado de sus discípulos, luego de haber apurado el vaso que contenía la cicuta y encerraba la muerte. Momentos antes de que ésta llegase, habla a.sus oyentes de la inmortalidad del alma; luego la espera con la son– risa en los labios; es una sonrisa sarcástica que se dibuja en sus facciones. Con glacial indiferencia la ve llegar sin inmutarse, y cuando llega la recibe indiferente. La muerte de Sócrates, el filósofo, es la muerte de un estoico, que nada siente; que cree, a pesar de sus teorías, cree hundirse en el caos, en la nebulosa desconocida, en la nada. La muerte de Jesús es una muerte sublime; muerte del triunfador; la muerte de quien tiene poder para morir y luego resucitar. 178

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