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Como manso cordero fué conducido al último suplicio, y sin despegar sus labios, ni pronunciar una palabra, se dejó crucificar; y ya crucificado ni odió ni pidió venganza para sus enemigos; al con– trario, a los insultos y a los ultrajes respondió siempre con palabras de perdón. Ahora la rabia y el furor de los enemigos nada tenía que hacer, porque, efectivamente, todo estaba terminado. Todo: su vida, su pasión, los tormentos, el poder de las tinieblas sobre la humanidad, el dominio del pecado en el mundo, la tiranía de la muerte sobre los hijos de Adán. Jesús acababa de librar la más tremenda batalla contra el demonio. Cuando en el desierto se apartó de su lado, dice San Lucas que «el diablo se retiró de él hasta otro tiempo». Y un sabio intérprete comenta este pasaje diciendo: «tlasta el tiempo determinado por Dios; conviene a saber, hasta el tiempo de la Pasión, en que por sí y por sus minis– tros había de volver a tentarle.» Volvió, en efecto, el tentador. Contra la sagrada persona del Reden– tor lanzó toda su rabia. Pero no sabía que se las estaba habiendo con su mayor enemigo, y que mientras procuraba la muerte del Justo, labraba su propia derrota. Muere Jesús y es vencido el demonio. Muere Jesús y la muerte huye avergonzada. A los pies de la cruz se encuentra completamente abatida y confusa. Muere Jesús, pronunciando el Consummatum est, y el pecado que reinaba en medio del mundo y se paseaba triunfante de un extremo a otro de la tie– rra, quedaba borrado. tlermoso Consummatum est el de Jesús mori- 176
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