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la espera lleno de dulce calma, porque sabe que sobre su persona no tiene poder alguno, mientras Él mismo no se lo conceda. Antes de expirar y de dar su permiso a la muerte para que a su lado se acerque, pronuncia aquellas palabras misteriosas, síntesis y compendio de toda su vida y de toda su obra: C onsummatum est!- «¡Todo está terminado!» Efectivamente, todo para Jesús estaba ya ter– minado, pero de una manera digna, brillante y solemne. A los ojos de sus enemigos .aquel hombre acababa la vida como ellos lo habían pedido y como ellos lo deseaban: entre los horrores de la crucifixión; en un mar de tormentos y en un mar de ignominias. Maldito de los hombres y también de Dios, según aquellas palabras: «Es maldito de Dios el que está colgaclo del madero» (Deut. XXI, 23). «Cristo nos redimió de la maldición de la Ley habiéndose hecho por nosotros objeto de maldición» (Gal. III, 13). Y Jesús moría colgado en un madero. Aquella serie no interrumpida de tormentos tocaba ya a su fin. Pasaron las bofetadas; terminaron las burlas; acabaron los azotes. Las espinas bien pronto terminarán también, y la cruz será su último lecho, el lecho de la muerte donde dormirá el sueño de los justos. Los enemigos ya se habían separado de su lado; y lejos, muy lejos de la cruz, paseando por las ca– lles de Jerusalén, satisfechos de su obra, cambiaban impresiones; comentaban los espisodios de la jor– nada; los incidentes del juicio; la resistencia del Pretor romano; la cautela con que procedieron en todo; los cargos contra el reo; las dificultades del camino, y mil otros incidentes dignos de recuerdo, 17.3
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