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¿Hase visto cosa igual'? ¿Que .un hombre ruegue y pida perdón para sus verdugos y atormentadores'? Solo Jesús. Y después de Él los mártires del cris– tianismo. No fué desaprovechada la lección. Siempre hubo discípulos dóciles que la aprendieron, poniéndola por obra. Al precipitarse las tinieblas de la noche, in– vadiendo los campos del día, los enemigos de Jesús, sobrecogidos de pavor, han huído del monte aban– donando a los tres reos. Temen.... ¿Por qué esos temores'? ¿Serán infundados'? La conciencia los acusa. Los trastornos de la naturaleza los han llenado de pavor. No en vano temen, son culpables; son unos criminales al dar muerte a un hombre inocente. El Calvario va quedando sin gente a med 0 ida que las tinieblas se hacen cada vez más densas. A los gritos de la muchedumbre sucédese el silencio más profundo, interrumpido de cuando en cuando por los ayes de dolor de los ladrones crucificados, por las conversaciones de algunos curiosos que todavía se detienen en el monte, por el cuchicheo de los soldados que hacen la guardia, y por las cortas palabras que Jesús pronuncia en la cruz. Largo rato ha permanecido a solas con su aban– dono, sin que puedan consolarlo en tan triste situa– ción, ni las santas mujeres que allí cerca se en– cuentran, ni los apóstoles, olvidados de f:1, ni su mis– mo Padre celestial, que es precisamente quien lo abandona. Poco después abre de nuevo sus labios, y con voz lastimera y en tono suplicante dice: «¡Tengo sed! 168

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