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Aquello era horrible, insoportable. Aq11ello era el infierno pasado en vida. Jesús se vió rodeado de aquella manada informe de iniquidades, que nunca cometió. Se vió solo; se vió abandonado; con peso tan enorme, con tan in– mensa carga, cual eran las iniquidades ·sin fin de toda la humanidad. Se vió vencido, derrotado. Sus mismos enemigos en aquellos momentos entonaban en su presencia el himno final de triunfo, el canto de victoria. Bien podían repetirle: - Si eres el Hijo de Dios, baja de la cruz, y creeremos en ti. Pero si tú lo fueras, si fueras el Cristo, el Mesías, no estarías ahí donde te encuentras, en una cruz.- y al verse en medio de tan tremendo abandono, rodeado de una manada inmensa de chacales, ase– diado de fieras sanguinarias, quiere librarse de ellas y se vuelve suplicante al cielo. Al cielo.... Pero ¿no estaba el cielo obscurecido y en actitud amenazadora? Se dirige al Padre.... Pero el Padre, ¿no le ha entregado en manos de sus enemigos, y no está haciéndole experimentar el abandono merecido por el pecador? Despreciado de la tierra.... Abandonado del cielo.... ¿Se vió cosa igual? ... Es la privación de todo consuelo, divino y humano; es el abandono más grande que se ha conocido en el mundo. La más horrible tem– pestad que se apoderó del alma de Cristo. Bien podía repetir con el profeta de los salmos: «Sálvame, oh Dios, porque las aguas han pene– trado hasta mi alma. Atollado estoy en un profundísimo cieno sin ha– llar donde afirmar el pie. Llegué a alta mar, y sumergióme la tempestad. 162
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