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atiende; se ha hecho el sordo a los clamores del Hijo, del lfüo muy amado en quien tenía sus com– placencias. Pues al verse anegado en un mar de tormentos, y que las aguas de la tribulación, aguas amar– guísimas, lo han rodeado por todas partes, Jesús levanta su voz y se queja, se queja resignado y doliente: «.¡Dios mío! ¡Dios mío! ¿Por qué me has abando– nado?» ¿Cómo?! ¿Jesús abandonado? ¿Jesús desampa– rado? ¿Jesús solo y triste? Misterios profundos encierran estas palabras de Jesús moribundo en el madero de la cruz. Estaba sufriendo por la humanidad pecadora, por ella había salido fiador ante el Eterno Padre; y éste, al verlo cargado con los pecados de todos los hombres, al verlo en figura tan horrible, empecatado, lo dejó, lo abandonó.... i Triste abandono el de Jesús! Ante su presencia pasaron en aquellos momentos en interminable pro– cesión los pecados todos, cometidos desde el prin– cipio del mundo hasta aquel entonces; los que se estaban cometiendo en aquella hora; los que se cometerían hasta el fin de los tiempos. Todos pasa– ban ante su imaginación, y los veía en su número, peso y enormidad; y los veía tal y como eran. Ante este espectáculo, tan tétrico y de colores horribles de infierno, la humanidad de Cristo tembló, se llenó de pavor, y más cuando sintió que todos ellos se cebaban como fieras carnívoras en su per– sona, y como aves de rapiña clavaban las garras en sus entrañas. 11 Madridanos, Cristo paciente 161
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