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lo envuelven en su interior. Es llegada la hora de los más horribles sufrimientos; la hora del aban– dono, de la soledad angustiosa, lacerante, mortal. ... En el huerto de los Olivos, cuando ante la vista de Cristo se presentó el cuadro negro de la Pasión que le esperaba, oró al Padre, y el Padre le es– cuchó, enviándole un ángel confortador. Cuando su espíritu se vió anegado en mortales tristezas, acu– dió en busca de consuelo al lado de los tres após– toles predilectos, y aunque es cierto que siempre los encontró dormidos y aletargados, no obstante, pudo desahogarse con ellos unos momentos. Ahora en la cruz Jesús se encuentra solo, aban– donado, sin tener adónde dirigir sus miradas. Los apóstoles todos han huído a la desbandada como ovejas sin pastor. Allí cerca está su Madre y unas santas mujeres. Pero iay! ellas sólo sirven de tor– mento para su corazón, al verlas sufrir· sin poder consolarlas. Los soldados, ya aburridos, ni hacen caso de su persona, y si permanecen en la altura del monte al lado del reo es por obligación. Las muchedumbres, sobi·esaltadas y aterradas con los fenómenos que ven, han ido separándose de su lado; también sus enemigos se han separado, cantando victoria. ttan triunfado, sí, han triunfado. ¿Adónde acudirá Jesús en esos momentos en busca de consuelo para su atribulado espíritu? ¿Adónde dirigirá sus miradas? La tierra lo desecha, los hombres lo despre.cian; muchos lo maldicen; todos de :Cl se burlan. Entonces dirige sus miradas a las alturas del cielo, y hasta el cielo hase cerrado a sus clamores; recubierto está de nubes plomizas. Llama a su Eterno Padre, y hasta su Padre parece que lo ha olvidado; no hace caso de él; no le oye; no le 160

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