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¿Cómo estaba? ¿Qué hacía en aquellos momen– tos? ¿Cuáles fueron los sentimientos de su alma? j Ah! Todavía ningún mortal ha podido penetrar· en aquel mar sin fondo de sufrimientos de la Madre. Todavía nadie ha podido comprender el abismo de dolores de aquel corazón, el más grande y el más atormentado. Ni San Juan, que vió la congoja, pudo decir otra cosa que: estaba María junto a la cruz de Jesús. ¡Oh! ¡cuánta congoja y pena para la Reina escogida, en tanto pesar sumida, siendo la Madre de Dios! Melancólica y doliente, y en confuso desaliento, del füjo excelso el tormento conturbada lamentó. Miraba con ojos compasivos, arrasados en lágri– mas, al fiijo de su amor; lo miraba llena de ter– nura, de amor, de amor inmenso, y lo veía envuelto, y se veía envuelta, en las amargas olas de la más grande tribulación. ¡Oh vosotros los viajeros, que marcháis por los caminos de la vida; deteneos un momento; mirad y ved si hay dolor semejante a mi dolor; angustias como mis angustias; penas como las que a mi alma atormentan! Un día la primera mujer, Eva, se detuvo curiosa junto al árbol fatídico del paraíso terrenal; vió el fruto agradable y hermoso a la vista, delicioso al paladar. Lo tomó en sus manos, y después de con– templarlo bien, lo comió. También comió Adán a ruegos de su esposa. Aquel fruto encerraba mortal veneno, hieles amargas, en sí llevaba la muerte, por 150

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