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Después levantaron la cruz en alto. Pendiente entre el cielo y la tierra estaba la Víctima sagrada, ·el Cordero de Dios, que quita los pecados del mundo, estaba. sobre el altar del sacrificio, cual otro Isaac. Lejos, porque no le permitía acercarse la muche– dumbre de atrevidos y desvergonzados,-lejos es– taba María con las demás santas mujeres y el após-: tol amado,. San Juan. Desde lo alto del monte lo estaban viendo todo, siendo testigos de todo. Veía la Madre a su Jesús crucificado, hecho el blanco de la rabia de sus enemigos. Veía los sufri– mientos en el cuerpo y penetraba en las interiores torturas de su alma, en su abandono, en sus amar– guras, en su soledad.. Y no podía acercarse a su lado; no podía hablarle, consolarle, enjugar sus lágrimas, limpiar su sangre, curar sus heridas, re– frigerar su sed. Cuando las tinieblas del medio día recubrieron la · tierra con su manto de tristeza y llenaron de no infundado temor a los enemigos de Cristo, de tal manera que comenzaron a desfilar, apartándose medrosas de aquel patíbulo, para deiar sola a la Víctima en medio de sus dolores; en aquellos mo– mentos cobraron ánimo las santas mujeres, y se fueron acercando poco a poco a la cruz hasta colo– carse debctio de su sombra bienhechora. Allí estaba María. Y es de notar la frase breve, lacónica y sencilla del evangelista, testigo de la escena, cuando dice: «Estaba de pie junto a la cruz de Jesús, su madre, María.» Triste y llorosa la Madre al pie de la cruz estaba, donde pendiente se hallaba el Hijo de su dolor. 149

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