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suplicio; habla, implorando perdón y clemencia para todos sus enemigos. Aquello fué algo admirable, inusitado, sublime, divino. Callan también los dos ladrones, y siguen su– friendo. De -cuando en cuando vuelven a lanzar quejidos desgarradores, que parten del corazón. Efectivarnente, sufren mucho, lo indecible. El su– plicio de la cruz es de lo más horroroso. Uno de ellos, Gestas, más desesperado, sigue insul– tando a Jesús; búrlase de él. El otro, Dimas, ya no habla, ya no insulta; sufre, calla.... fia entrado dentro de sí mismo, está en profunda meditación, se reconoce culpable. ¿Qué ha pasado por él? Las circunstancias que le rodean, están obrando en su interior un cambio radical. Ve a Jesús paciente, Dimas; también lo ve Gestas. Dimas oye las palabras de Jesús, que perdona a sus enemigos. Gestas también las ha oído. La gracia exterior acosa por todas partes al pri– mero; también al segundo. ¿Quién ha movido al primero y no al segundo? Misterios de la gracia. Misterios del amor. Mis– terios del corazón humano. Gestas continúa insultando, desesperado y rabioso, sin querer rendirse a los llamamientos de lo alto, que lo apremian en aquellos momentos supremos. Dimas calla y observa atentamente. Mira con ojos 'llorosos a Jesús, y a través de aquellas apa– riencias humildes y humillantes ve algo grande, algo extraordinario. Detrás de las espinas ve una corona de gracia y de gloria, de verdadera realeza. Detrás de los clavos, que lo cosen a la cruz, ve un cetro. Detrás de la cruz, donde lo ve colgado, ve 144

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