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dado cuenta de que Jesús era el verdadero Mesías, el Iiijo de Dios, no lo hubieran crucificado. Pero, ¿serán excusables, habiéndoles dado tantas pruebas de su divinidad? ¿tendrá razón Jesús al decir que no saben lo que hacen? Al menos ese poderoso recurso señala la Víctima Divina para que no sean castigados sus enemigos. Mas la ignorancia era gravemente culpable; fácil– mente hubieran podido reconocer la misión divina de Cristo, si no se dejaban guiar del odio y del orgullo. i Oh caridad ardiente! ¡amor infinito de un Hom– bre-Dios! La humanidad se había librado por 1.a oración del Cordero de terrible castigo; los enemigos estaban perdonados. Entre tanto el cielo se cubría de espesos nuba– rrones; el sol se ocultaba como avergonzado, por no ver a su Creador moribundo. La naturaleza en– tera se conmovía en sus cimientos. Las tinieblas avanzaban veloces sobre la tierra en medio del día. Cúbrese de luto el cielo. Lloran los ángeles; tiem– blan las potestades infernales. Sólo los enemigos de Jesús eh la altura del Cal– vario continúan insultándolo descaradamente, y co– mo perros rabiosos se lanzan una y muchas veces sobre su presa. La escena iba tomando caracteres cada vez más terroríficos; no obstante, aquellos hombres no se conmueven. -¡Baja, baja ahora de la cruz!- y como insensible a estas voces, como si a Él no se refiriesen, Jesús continuaba en la cruz, sufriendo mucho, mucho; lo que no es posible imaginar. Seguía sufriendo; seguía orando: «Perdónales, Padre, porque no saben lo que hacen.» 142
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