BCCCAP00000000000000000000931

XXV ¡PERDÓN! ¡PERDÓN! Rabiosos como perros estaban los enemigos. ¿Qué no hicieron y cuánto no trabajaron entre la muche– dumbre para que pidiera la muerte de su Mesías? Y la muchedumbré pidió la muerte del Cristo, y la consiguió. La trama urdida en el espacio de los tres años anteriores se estaba desenvolviendo desde la noche y durante toda la mañana del vier– nes de la Gran Semana. Todo les iba saliendo a pedir de boca; todo, a la medida de sus deseos. La prisión en el huerto sin incidente alguno des– agradable, sin ruido, sin alboroto, sin que nadie de ello se enterase. Y fuera de algunos pequeños escrúpulos de Pila– tos, que ellos se encargaron de desvanecer, lo demás también tuvo su éxito feliz. Como que Jesús de Nazaret estaba sentenciado a muerte de cruz, y de ella colgaba en aquellos momentos. ¿Qué más podían desear sus enemigos? Ya estaban satis– fechos, muy satisfechos. Cuando así lo vieron pendiente del patíbulo in– fame, siguieron las mutuas felicitaciones, el parabién de unos a otros. Después de tanto gritar, hasta enronquecer, al fin consiguieron su petición. Y ¿no eran muy justas esas felicitaciones? ¿no era natural su alegría? Pero, ¿cómo iban a darse por satisfechas aquellas fieras humanas? Al ver le– vantado en alto al Inocente, en sus pechos renco– rosos renuévase la rabia, en sus corazones podridos crece el furor, la cólera se desata de nuevo contra 138

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz