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se han agotado, entonces echa mano de los insultos, de las burlas, de las befas, las que suben como humareda asfixiante hasta los brazos de la cruz, hasta penetrar en el alma de Cristo. Lo primero que le recuerdan sus enemigos son las mismas palabras que El pronunció en distintas ocasiones. El primer dardo envenenado que penetra su alma son las afirmaciones de la Víctima. -A ver; tú que destruyes el templo de Dios y en tres días lo reedificas, sálvate ahora a ti mismo. Si eres el Ifüo de Dios, baja de la cruz.- Más aún; para que los oiga, se acercan a su lado los escribas, los príncipes del pueblo, los sacerdotes, cambiando conversaciones maliciosas entre sí, o di- rigiéndose al reo y señalándolo con la mano: ' -Miradlo; ahí lo tenéis; ha salvado a otros y no puede salvarse a sí mismo. Si es el rey de Israel, que baje de la cruz ahora, y creeremos en él. Ha puesto su confianza en Dios; pues si Dios le ama, que lo libre de nuestras ¡;nanos y lo saque de los tormentos, ya que él mismo ha dicho: Yo soy el Hijo de Dios.- ¡ Qué horror! Aquello no tenía fin. Se burlan con las mismas palabras tlel reo, cual si no fueran cier– tas; le abofetean el alma con el látigo de sus pro– pias afirmaciones, como si no hubieran de cumplirse. Para ellos Jesús era un impostor, puesto que se decía Hijo de Dios y se ve ahora en tan tremendos apuros, sin que Dios haga nada por él, antes bien, parece abandonado, y hasta maldito, y reprobado del Cielo. Y con burlona sonrisa le invitan repetidas veces a que baje, si puede, de la cruz, y con sarcasmo le aseguran que creerán en él, si tal hiciera. 134
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