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el árbol de la cruz estaba consiguiendo para sí el dominio universal de todas las cosas, sometiendo a su reinado los cielos y la tierra y todo cuanto en el mundo existe. Él mismo lo había dicho algún tiempo antes, aun– que no lo entendieran los hombres: «Cuando yo sea levantado en lo alto de la cruz, atraeré hacia mí todas las cosas.» Y las atrajo, y las conquistó, y las sometió a sí con fuerza irresistible, con suavidad, con amor. Para ello no empleó armas, ni violencia, ni ejércitos, ni espadas, ni ruido de batallas, ni medio humano alguno de cuantos emplean los poderosos de la tierra. Jesús echa mano tan sólo de la cruz. Es el arma segura, insuperable y bendita, a la que nadie puede poner resistencia. Porque, mientras sus enemigos se burlan de :Cl, viéndolo en el último y más afren– toso suplicio, Jesús está librando la más tremenda batalla, y consiguiendo la más resonante victoria. Pasando algún tiempo, los enemigos que ahora se burlan, se darán cuenta de esta verdad. Precisamente, en la cruz, donde sus enemigos pensaban que encontraría el Divino Nazareno su más grande humillación y donde terminaría con ignominia una vida llena de bondades en favor de la humanidad; en la cruz comienza su gloria, su grandeza, su exaltación. Hermosamente lo canta la Iglesia en uno de sus himnos: Regnavit a lígno Deus - «Desde el árbol de la cruz reina el Ifüo de Dios». i Mayor contrasentido! Contrasentido para el hombre; no para Dios. Ello es verdad; una dulce verdad: en la cruz Jesús es Rey; Rey verdadero, universal, absoluto; Rey de dolores; Rey de los 130

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