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¡Qué horror! No se dan cuenta de lo que dicen. Precisamente, protestaban contra el dominio de los extranjeros; estaban haciendo esfuerzos inauditos para librarse del yugo de los romanos, y ahora dicen que no quieren más rey que al César. Ello es lo cierto, que Pilato.s condenó a muerte de cruz al inocente Jesús. La causa de esta con– denación estaba concebida en estos términos: «Jesús Nazareno, Rey de los Judíos». Así lo va anunciando el pregonero delante del reo en su camino al Calvario; lo lleva escrito en grandes y visibles caracteres. Todos lo ven; todos lo oyen; nadie dice nada en contra; nadie protesta. Señal de que están conformes todos. Y llegan al monte Calvario. Los grandes de la nación se enteran de lo que se trata, y que el título aquel ha de ser colocado sobre la cabeza del Naza– reno, en lo más alto de la cruz, para que sea bien visto. Vaya un bofetón que les daba en pleno rostro el Gobernador romano. Imposible. No podían con– formarse con aquella injuda. Deliberan entre sí; discuten a más y mejor en lo alto del monte, y al fin determinan irse a protestar ante Pilatos. A buenas horas iban ellos con tales escrúpulos ante el Gobernador. Amoscado con aquella causa, que tan intrincado lo tuvo durante toda la mañana; malhumorado por la estupidez del pueblo Y más aún por la refinada malicia de los dirigentes; ahora, después de pronunciada la sentencia de muerte con– tra un hombre que reconoció de todo inocente, ahora estaba insoportable; no se le podía hablar ya del Nazareno. 128
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