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.en uno de los interrogatorios, picado de la cur.iosi– dad, le preguntó: - ¿Eres tú rey? Jesús no· 10 niega; más aún, lo asegura terminan– temente: -Sí; tú lo has dicho. Soy rey. i Qué confesión tan sincera! ¿A qué ocultar la verdad? ¿Por qué callar lo que es del dominio pú– qlico? ¿No lo han dicho las· muchedumbres cinco días antes, cuando entró triunfante en Jerusalén? Pues si todo el pueblo así lo proclamaba, que lo sepa también el Pretor romano. -Tú lo has dicho. Soy rey.-'- Varios años antes preguntaron los magos de Oriente, cuando de lejanas tierras llegaron a Jeru– salén: «¿Dónde está el recién nacido rey de los judíos?» iAh! ¿Entonces se trata de que el título puesto por Pilatos en el asta de la cruz es un título real verdadero? Y tanto; como que responde a un hecho cierto; el más cierto de todos. · Lo cual ¿quiere decir que Jesús de hecho es rey? En toda la extensión de la palabra. Pues, ¡vaya una razón para condenarle a muerte! ¡ Por ser rey! Admirado Pilatos se lo dice al pueblo en aquel mitin público, habido a las puertá:s del Pretorio: - ¡ Cómo! ¿tte de crucificar a vuestro rey? Y como en los primeros días de su nacimiento se dió decreto de exterminio contra el recién nacido, ahora también gritan a todo pulmón: -No; no lo queremos por rey, ¡Crucifícalo! ¡cru– cifícalo! Nosotros no tenemos otro rey sino al César de Roma. 127
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