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¡Cristo Jesús crucificado! ... ¡Dios cosido a un madero!. .. iEl Mesías moribundo en la cruz!. .. Éste es el gran espectáculo que han contemplado asombrados los siglos y las edades, los pueblos y las naciones, los ángeles y los hombres. Las miradas de cuantos en el Calvario se encon– traban la tarde del Viernes Santo se dirigen todas. hacia el Cristo. La curiosidad en unos, el odio en otros, la venganza en los más: la rabia y el furor embarga el pecho de aquellas muchedumbres. Y cuando así lo vieron, levantaron una gritería inmensa, la gritería del Pretorio, que se renovó llena de confusión y de despecho. Aquello, más que voces humanas, eran gritos del averno, ladridos de chacales rabiosos, baladros dél infierno, silbidos de serpientes, rugidos de fieras humanas, privadas de razón y dominadas por el odio, que, como ser– piente inmunda, se enroscaba en sus corazones po– dridos. - i Que muera, sí, que muera en la cruz! - i Que perezca el farsante, el hipócrita, el pre- tendido fliio de Dios! -Acabemos de una vez con ese hombre, que se dice el Mesías.- y luego se siguen los insultos, las befas, los sar– casmos, que hieren, más que el cuerpo, el corazón, el espíritu, el alma, y por lo mismo son mucho más sensibles. -Baja, baja de la cruz, si eres el liiio de Dios, como lo has asegurado muchas veces. Baja, y cree– remos en ti. -A otros ha salvado, y no puede librarse a sí mismo.- y así continuó por largo rato aquella letanía sin fin. 121

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