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El tormento de la crucifixión era uno de los más horrorosos, y por de pronto el más de ignominia y de baldón. i Morir crucificado! Así morían los reos más famosos, los más grandes criminales. Así tenía que morir Jesús por decreto del tribunal de Israel y por sentencia del Pretor romano. Así estaba de– cretado desde toda la eternidad en los designios divinos. Moriría de muerte lenta y horrible, colgado de un palo, pagando en él por la deuda de la hu– manidad prevaricadora para satisfacer a la divina justicia ofendida. La cruz era el suplicio infamante entre los roma– nos, reservado tan sólo a los esclavos y a los más insignes criminales, y además de infamante, era degradante y sobre toda medida doloroso.... Cice– rón lo llamó teterrimum crudelissimumque suppli– cizzm. Bossuet dijo también, que «de todas las muertes, la de cruz era la más inhumana». A fuerza de martillazos y de fieros golpes fueron metiendo los clavos en las manos de Jesús, hasta dejarlas cosidas al árbol de la cruz; a fuerza de golpes y de recios martillazos, dados sin mira– miento, clavaron los pies; y luego, levantando en vilo la cruz, la dejaron caer de golpe en el agujero hecho de antemano en la roca. La Víctima está ya sobre el altar del sacrificio, chorreando sangre por todos los poros de su cuerpo y en medio de un mar de tormentos. Porque, real– mente, no puede moverse a lado alguno sin experi– mentar horribles convulsiones, espasmos inmensos, dolores acerbos y rasgadura de las llagas. Colgado como está de los clavos, el peso natural del cuerpo hace que aquéllas se rasguen más y más cada momento. 120

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