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XXII CRUCIFICADO Dijo un día triste el profeta Jeremías: « i Oh vos:.. otros todos cuantos pasáis por el camino! dete.neos un momento a mirarme, y decidme, si hay dolor semejante a mi dolor, torturas como las que me atormentan!» (Tren. l, 12.) Mirando al Calvario podemos decir que semejan– tes palabras fueron pronunciadas por Jesús en la persona de Jeremías. Era la llamada de atención para que los hombres considerásemos la enormidad de los dolores del Hombre-Dios, crucificado por amor nuestro. Era el grito desgarrador de quien padece sin consuelo. Y en verdad, que bien merece el asunto toda nuestra atención, toda la fijeza de nuestra mente, toda la compasión de nuestro espíritu, y la ternura de nuestra alma. El Evangelio, con frase lacónica y llena de pre– cisión, nos dice: «Y lo crucificaron». El Credo ca– tólico tiene un artículo, breve en palabras, inmenso en su contenido: «Pué crucificado». Era el término de las negociaciones de los gran– des de Israel; era la meta de sus deseos, y el final de todas sus gestiones ante el Gobernador romano y ante el pueblo: crucificar a Jesús, para que mu– riese .ignominiosamente. 119
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