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ordinaria, llena de prodigios y de enseñanzas; llena de ejemplos y de virtudes. Que si la vida entera de Jesucristo es de vivo interés y de palpitante actualidad para los hom– bres todos, su pasión y su muerte son todavía mucho más interesantes para el creyente. Su muerte nos dió la vida; su sangre está todavía fresca en los santos sacramentos, alimentando las almas de unos, refrescando los ardores de otras, lavando las de muchos más, que como hijos pródi– gos vuelven en muy triste situación a la casa paterna. Mucho se ha escrito, mucho se ha predicado, y todavía es mucho más lo que se puede escribir y predicar de Cristo; y aun así, los hombres no ha– bremos llegado a comprender sino una partecita insignificante de su divina grandeza y de su gran– deza humana, que están por encima de todas las grandezas del mundo. Quiero yo también contribuir con mi granito de arena, pobre y de ningún valor, al soberbio monu– mento que la Iglesia Católica con sus hombres sabios, con sus apologistas invencibles y con sus grandilocuentes oradores viene levantando al Sal– vador de la humanidad en el transcurso de dieci– nueve siglos. Al lado de esas monumentales obras, y junto a esas piedras angulares, deseo colocar mi granito, sin pretensiones de ninguna clase, sí anhe– lando que cuantos me lean, amen más, mucho más, al Divino Redentor crucificado. Más que obra de ciencia y argumentos de teolo– gía, más que arte en el decir o adornos de lenguaje, encontrarás en las páginas de este libro el argu– mento evangélico comentado, no tanto con la in- X

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