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Y ahora, catnino clel suplicio, insiste de nuevo en lo mismo, llamando al· pueblo a penitencia, exhor– tando a las mujeres a que lloren sus pecados pro– pios y los de sus hijos, y que los lloren con tiempo; que hagan penitencia por los crímenes de la nación, para que Dios de ella y de ellos se 'compadezca. Pero ni aun por ésas el pueblo se dió por enten– dido, continuando en sus depravados intentos y crim.inal voluntad. Los soldados apuraron al reo, para que cuanto antes llegase al lugar del suplicio, pues tantas pa– radas retardaban la ejecución. Los grandes de Israel estaban impacientes ante la tardanza, viendo los incidentes del camino y los entorpecimientos que se atravesaban; lo que era causa para ellos de nuevos odios. Al fin llegaron al monte; ejecutaron la sentencia. Clavaron a Jesús en la cruz; dieron muerte al Autor de la vida; el árbol verde cayó al golpe de la segur de sus enemigos, y más al golpe de la divina justicia. ¿Qué sucederá ahora con el árbol seco e infruc– tuoso? ¿Cuál será su suerte? ¿Qué destino y qué paradero le espera? liay que dar tiempo al tiempo. Pasarán los años y vendrán los desengaños. Unos tras otros irán cayendo los enemigos de Jesús; todos ellos, todos cuantos intervinieron en su Pasión; comenzando por Pilatos, siguiendo por lierodes, Caifás, los pontífices, los fariseos hipócri– tas, los doctores, todos caerán; pero de una manera desastrosa, horrible, desesperante; para no volver a levantarse jamás. Llegarán a las manos del Dios vivo; se enfrentarán con el mismo a quien ellos crucificaron; pero entonces ellos serán los reos y 117
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