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i Qué 1 ¿Acaso no habrían recibido beneficios mu– chos de los que le rodean en aquellos momentos? Sin duda alguna; pero, así es el mundo; así es el humano corazón; así corresponde a los beneficios que se le hacen, con la ingratitud, con el olvido, y lo que es peor aún, con la traición. · Si esto encontró Jesús camino del Calvario el día Viernes Santo, también encontró un puñado de corazones nobles, almas compasivas, generosas. Son las piadosas muieres de Jerusalén, que ape– nas lo ven, movidas de su natural ternura y recor– dando los inmensos beneficios de sus manos recibi– dos, y pensando en mejores tiempos, ya pasados, rompen a llorar a lágrima viva, y a suspirar en alta voz, tanto que muy bien pudo oírlas y verlas Jesús al pasar, camino del Calvario. Muy grande era, en verdad, la compasión de aquellas mujeres para con el Divino Nazareno, máxime cuando todos le volvían la espalda y muchos le hacían el blanco de sus odios satánicos, de su rabia y su furor. · Mucho era su amor, pues al mirarlo desfigurado, maltrecho, convertido en una viva Üaga, manifies– tan esos sentimientos de ternura con hondos sus– piros y abundantes lágrimas. ¿Qué otra cosa mejor podrán hacer unas débiles mujeres, sino compadecerse? Jesús se da cuenta de ello; acorta el paso; se detiene un momento en la marcha, vuélvese hacia las mujeres, y les dice: «Iiijas de Jerusalén, no lloréis por mí; llorad más bien por vosotras. y por vuestros hijos. Porque día vendrá muy pronto en que digan: i Dichosas fas estériles y los senos que no han tenido hijos, y los pechos que nunca amamantaron! Entonces 115

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